De pie frente al virus de la violencia

Unicef Perú frente al coronavirus

Ana de Mendoza
24 Abril 2020

Ana de Mendoza
Representante de UNICEF

Existen realidades que nos resistimos a ver o atender mientras no nos alcanzan. En Perú, como en otros países, la llegada del Covid 19 nos ha recordado la importancia de no desatender problemas como la violencia.

Los bonos económicos y el reparto de canastas de víveres para las familias en situación de pobreza contribuyen a paliar el impacto del aislamiento, pero no resuelven la exposición de niñas, niños y adolescentes a un mal que incluso se ha incrementado en estos días: la violencia familiar.

En la primera quincena del aislamiento social la línea 100 del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) recibió cerca de 2800 llamadas denunciando violencia en el hogar. Seiscientas de estas llamadas fueron realizadas por niñas, niños y adolescentes.

No es novedad que la violencia en el Perú cobra y afecta muchas vidas. Solo en 2019 se registraron 168 feminicidios y más de 40 menores de edad quedaron huérfanos como consecuencia de estos

Las cifras reportadas por el MIMP resultan doblemente preocupantes. Primero, porque se trata de un sub registro, porque la gran mayoría de víctimas no denuncia los maltratos. Segundo, porque el estrés originado por el confinamiento suele degenerar en violencia contra niños, niñas, adolescentes y mujeres. Esta curva no descenderá por sí sola.

Las acciones de prevención y respuesta a la violencia que se realizan día a día desde las Defensorías Municipales del Niño y Adolescente (DEMUNA); los Centros de Emergencia Mujer (CEM) y las Unidades de Protección Especial (UPE) no solo deberían reactivarse al 100%, sino que deberían reforzarse.

Los servicios de protección resultan esenciales siempre. Considerarlos así implica garantizar a cada uno de sus operadores las mismas condiciones de seguridad y las bonificaciones extraordinarias que se están otorgando a los servidores públicos que están atendiendo la emergencia por COVID 19.

Recordemos que la violencia no está solo en la casa y se manifiesta de distintas formas. Chicas y chicos pueden encontrarla en la esquina de un mercado ofreciéndoles alternativas para salir de la pobreza, o en la casa de un vecino o vecina que los sabe vulnerables. Por eso es vital la permanente prevención.  Igualmente, tengamos en cuenta que para niñas, niños y adolescentes no es fácil tomar la decisión de denunciar a quienes los violentan, por lo que es vital que encuentren rápida respuesta cuando deciden hacerlo.

Es importante que en este contexto no dejemos sin protección a las chicas y chicos migrantes. Su seguridad alimentaria peligra día a día porque sus familias no están recibiendo asistencia económica, la pobreza de su entorno los expone a la trata y la explotación laboral y sexual, y el estrés familiar a la creciente violencia.

Definitivamente, la agenda de la protección no resiste postergaciones. Necesitamos  que el estado redoble sus esfuerzos y considere los servicios de protección tan esenciales como lo servicios de salud o los de seguridad. Necesitamos en pie a cada uno de sus operadores. Solo con su participación podremos proteger a las niñas, niños y adolescentes del virus de varias caras: la violencia.